En los últimos años, las películas ganadoras del Oscar a Mejor Película han generado un debate recurrente: ¿por qué obras tan elogiadas por la crítica y la Academia tienen un impacto limitado en la taquilla? Este fenómeno refleja un cambio en las preferencias del público, las estrategias de distribución y la naturaleza de las historias que Hollywood está premiando.
Una de las tendencias más notorias es que las películas galardonadas tienden a ser propuestas de nicho, con narrativas complejas y estilos artísticos que priorizan la profundidad sobre el entretenimiento masivo. Por ejemplo, Nomadland (2020), dirigida por Chloé Zhao, obtuvo elogios universales por su conmovedor retrato de la vida nómada en Estados Unidos, pero recaudó solo $39 millones a nivel mundial. Aunque su victoria fue histórica, siendo la primera vez que una mujer asiática ganaba el premio a Mejor Dirección, su impacto comercial fue mínimo, especialmente en comparación con grandes producciones de otros años.
De manera similar, CODA (2021), una emotiva historia sobre una familia sorda, destacó por su autenticidad y representación, pero tuvo una distribución limitada en cines y alcanzó a un público reducido. Su popularidad se debió más a su presencia en plataformas de streaming como Apple TV+ que a una tradicional corrida en salas de cine.
Este contraste es aún más marcado si se compara con los tiempos en que películas como Titanic (1997) o The Lord of the Rings: The Return of the King (2003) no solo ganaron el Oscar, sino que también rompieron récords en taquilla. En la última década, títulos como The Shape of Water (2017) o Moonlight (2016) han priorizado historias íntimas y riesgosas, dejando de lado el tipo de espectáculo que atrae a las masas.
Varios factores explican esta desconexión. Por un lado, las plataformas de streaming han transformado la manera en que se consume cine. Muchas de las películas recientes nominadas o ganadoras del Oscar se lanzaron simultáneamente en streaming, lo que reduce la presión del público por acudir a las salas. Además, la pandemia de COVID-19 exacerbó esta tendencia, cambiando los hábitos de consumo hacia la comodidad del hogar.
Por otro lado, el cine de gran presupuesto dominado por franquicias y superhéroes ha monopolizado las carteleras y las ganancias. Películas como Spider-Man: No Way Home o Avatar: The Way of Water generan cifras multimillonarias, dejando a las producciones más pequeñas luchando por espacio y atención en un mercado saturado.
Sin embargo, el poco éxito en taquilla de las películas ganadoras del Oscar no necesariamente refleja un fracaso. Estas obras suelen destacar por sus valores artísticos, su capacidad de abordar temas sociales relevantes y su impacto a largo plazo en la cultura cinematográfica. Parasite (2019), por ejemplo, logró equilibrar ambas esferas, siendo un éxito crítico y comercial, pero casos como este son la excepción.
En resumen, las últimas películas ganadoras del Oscar han demostrado que el reconocimiento de la Academia no garantiza el éxito financiero. Este fenómeno pone en evidencia la creciente desconexión entre lo que valora Hollywood como arte cinematográfico y lo que busca el público general. Aunque las películas de nicho siguen desempeñando un papel vital en el cine como medio cultural, el desafío para la industria será encontrar un equilibrio que permita a estas obras llegar a una audiencia más amplia sin comprometer su integridad artística.
